En un caserío de Alzo, cerca de Tolosa, en la
primavera de 1919, el 16 de abril, nacía Engrasi; en una familia similar a
aquella de Kale Txiki de Andoain. También en Alzo se expresaba la fe en el rezo
familiar: el “Aita gurea” y “Agur Maria” mecían a modo de nanas las continuas
cunas de aquella familia numerosa: Eusebia, Engracia, Bernardina… y demás
hermanos. No es de extrañar que Eusebia, la mayor, marcara ruta de un seguimiento
radical de Jesús, y encontrara su sitio en el noviciado de las Hijas de Jesús de
Tolosa. Pronto fue enviada a Argentina. La pequeña, Bernardina, también Hija de
Jesús, murió en Tolosa. Engrasi siguió el camino de su hermana Eusebia y el 28
de mayo de 1945, cuando toda la Congregación festejaba el centenario del
nacimiento de la Madre Fundadora, ingresaba en el noviciado de Tolosa.
Emitidos los primeros votos, fue destinada a
Valladolid, Santiago de Compostela, Bilbao y Pitillas. De nuevo Valladolid y
Bilbao, y aquí permaneció 45 años hasta su traslado a la casa de HH. mayores de
San Sebastián, cuando se cerró la comunidad del colegio de Bilbao en 2010. Los
datos del archivo son elocuentes: su misión, 67 largos años sin otra tarea que
la cocina, y a veces también la huerta. Tuvo gran ánimo y liberalidad para el penoso trabajo de la cocina, con responsabilidad
y gestión eficaz.
La conocimos en Zabálburu (sede del antiguo colegio
de Bilbao), en sus años jóvenes. Situación casi de fundación; vivencia de gran
pobreza, penuria y carencias importantes. Mientras sus Hermanas Maestras daban
clase y formaban el espíritu misionero de las colegialas (siete Hijas de Jesús
partieron para misiones en pocos años), las HH. Engracia y Caya Apesteguía, en
aquellos tiempos difíciles, transformaban en golosinas de pastelería los
productos alimenticios que llevaban las alumnas. Comedias, venta de chucherías…
que se transformaron en dólares para nuestras incipientes misiones de China (Pekín,
Thiensing, Anking, Shanghai...).
Desde 1951 su destino fue Bilbao y así se trasladó
al nuevo colegio de Artxanda en 1966. La media pensión del alumnado, supuso
arreciar el trabajo. Y llegada la vejez, a duras penas admitió que la
reemplazaran en la cocina. Ella seguía allí ayudando a las seglares que la
reemplazaron, enseñándoles y queriéndolas. ¡Qué calidad de relación mantuvo con
ellas y cómo la recuerdan!
Las que hemos tenido la suerte de convivir con Engrasi
la emulamos. Religiosa de recias convicciones, vivió como “verdadera Hija de Jesús”,
sin llamar la atención. Espíritu misionero, amor a la Eucaristía y entrega incondicional a sus HH. También gran libertad y dignidad de espíritu la
caracterizaron, en continua actitud de servicio, sin caer en servilismos. Fuerte
personalidad que, desde la atalaya de la cocina, sabía calibrar los avatares
congregacionales con una intuición y prudencia que nos sorprendían. Permanecía
callada. Pero escuchaba, veía e intuía. Y simplemente, a veces, hacía alguna
pregunta… nos descolocaba… había dado en la diana. Ahí quedaba en el aire la
pregunta de Engrasi que nos hacía reflexionar.
Sin recursos culturales (ingresó como Hermana
Coadjutora), pero profunda en el conocimiento de las personas. Mirada penetrante
y filosofía casera: “Hay que estar” repetía cuando quería remachar la
importancia de la experiencia en los eventos cotidianos.Cómo la recordamos, de
pie, acodada al quicio de la puerta, atenta a los debates televisivos, en
actitud interactiva. Sabía callar. Y hablar cuando procedía. Prudente al
expresarse. Nada sabía de ecología y medio ambiente… Pero cómo cuidaba de sus
árboles, a cada uno, aprovechando la verdura inservible de la cocina, como
abono vegetal, para alimentar aquellas raíces que amenazaban claudicar. De su
caserío de Alzo, de niñez, le venía su preocupación ecológica. Reciclaba los
alimentos, que aparecían como nuevas recetas en platos ulteriores. Siempre
atenta de alimentar bien a las HH., cuidando atentamente de que a las que llegaban
tarde no les faltara nada.
Verdadera Hija de Jesús, educó desde la cocina, sin
precisar títulos universitarios. Es el sentir de un antiguo alumno que, desde
su niñez, queda marcado por la actitud de Engrasi:
“… cuando
entré en el colegio con tres años la Hna. Engracia ya estaba allí; cuando salí
con 18 años, allí seguía. 98 años de vida le ha dado el Señor, de vida
escondida pero fructífera... la recuerdo en el colegio… en la cocina de la
comunidad… a la Hna. Engracia le gustaba que fuera y así lo hacía notar cuando
me recibía con un beso y algunas galletas o chucherías que tenia por la cocina… Nunca
se dedicó a la docencia en las aulas, sino a labores de tipo doméstico… Pero
educar, educaba. Educaba en la fe con su testimonio tanto a alumnos como a religiosas. Mujer increíblemente trabajadora y más increíblemente alma de
oración. De acogida generosa, ojos de mirar profundo… Era de las religiosas que
hablaban de Jesús, de la Virgen, de la M. Cándida… sin complejos. Gracias por
tantos años de acompañamiento silencioso en el colegio desde el trabajo y
oración… por tu finura pedagógica para soportar muchas veces los ímpetus
juveniles… Pequeñita en tamaño, ¡eras grande en espíritu y corazón!”
Las limitaciones y dependencias inherentes a la
vejez, hicieron que Engrasi recibiera un nuevo destino, la casa de HH. mayores
de San Sebastián. Allí permaneció como era. Con su libertad de espíritu… tal
que para algunas HH. podría parecer “sorguiña” (brujilla). No. Simplemente
mantuvo esa fuerte personalidad; pero quizá sin las capacidades de una mente
clara y voluntad equilibrada. Entre cabezadas, paseos al aire libre… no había
quien la parara… y musitar de rosarios pasaron los últimos siete años de su
vida. Y cómo nos dolía cuando ya su mente se negaba a reconocernos a las que
tanto la queríamos por tanto bien que nos hizo desde su sentido común, trabajo
bien hecho, y relación cálida de hermana mayor. ¡Te seguimos emulando Engrasi!
Nos dejó el 20 de mayo de 2017 casi sin dar quehacer
de enfermedad, discretamente, como había pasado por la vida. Jesús te espera
diciéndote: “… tuve hambre y me diste de
comer…”. Es promesa de Jesús. ¡Entra en el gozo de tu Señor!
H. Mª Teresa Zugazabeitia FI, mayo de 2017
* Testimonio de un A.A. sobre la Hermana Engracia:
El 21 de mayo de 2017 fallecía en la casa-enfermería de
las Hijas de Jesús de San Sebastián (Gipuzkoa, España) la Hna. Engracia
Oyarbide Maiz, de 98 años de edad. Yo creo que cuando entré al colegio con tres
años la Hna. Engracia ya estaba allí; cuando salí con 18 años ahí seguía. 98
años de vida le ha dado el Señor; de vida escondida pero fructífera, como me
decía una religiosa al hablar de su fallecimiento. Al saber de su muerte mis
sentimientos no fueron de pena por ella, pues seguro que goza ya de la compañía
de Aquel que desde bien joven la quiso para sí y le dio la vocación de Hija de
Jesús. Me ha impactado porque con ella tengo la sensación de que se termina para
mí una generación de Hijas de Jesús que mucho tuvieron que ver en mi vida de fe
y en los valores religiosos y humanos que procuro vivir. Siempre estuvo en el
colegio, de siempre la recuerdo en la cocina de la comunidad donde solía acudir
cuando alguna otra religiosa me llevaba a aquel “misterioso lugar del colegio
donde vivían las monjas”. Ya más mayor me gustaba ir a la comunidad para hablar
con algunas Hermanas. Y a la Hna. Engracia le gustaba que fuera y así lo hacía
notar cuando me recibía con un beso y algunas galletas o chucherías que tenía
por la cocina.
Ingresó como Hermana Coadjutora en las Hijas de Jesús por
lo que nunca se dedicó a la docencia en las aulas, si no a labores de tipo
doméstico en la cocina, sacristía y oficios similares. Pero educar, educaba.
Educaba en la fe con su testimonio tanto a alumnos como a religiosas. Mujer
increíblemente trabajadora y más increíblemente alma de oración. De acogida
generosa, ojos de mirar profundo como los de la Madre Fundadora a quien tanto
quiso, y de convicciones profundas y sólidas sobre su vocación y la vida
religiosa. Cuántas conversaciones amenas tuvimos sobre este tema, sobre la
Madre Cándida, la historia de la Congregación, el Evangelio... Era de esas
religiosas que hablaban de Jesús, de la Virgen, de la Madre Cándida... sin
temores, sin verguenzas, sin respetos humanos... era religiosa consagrada a
Cristo y así lo manifestaba y lo daba a los demás.
Querida Hna. Engracia, gracias por tantos años de
acompañamiento silencioso en el colegio desde el trabajo y la oración; gracias
por tu acogida y testimonio; por tu saber hacer y tu finura pedagógica para
soportar muchas veces los ímpetus juveniles y desbocados del que escribe
esto... Yo tenía mi grupo predilecto de religiosas en el colegio... me gustaba
tratar con las que hablaban de Jesús y María, con las que a uno le recibían con
los brazos abiertos, con las que evangelizaban desde el mensaje explícito de
que en Jesús todo lo tenemos, con las que no se escondían ni se hacían las
“modernas” para caer bien a los colegiales, con las auténticas y verdaderas
Hijas de Jesús. Ya vais yendo todas las de aquel grupo, “resto de Israel” que
decía la Madre Carmen Aspiazu, hacia el encuentro con el Amado. Disfrútalo y
sigue intercediendo por nosotros desde el Cielo. ¡Pequeñita en tamaño, eras
grande en espíritu y corazón!
En fin, solo quería compartir esto con vosotros. Muchos y
muchas me habéis escrito hablando de esas Hijas de Jesús que fueron especiales
en vuestras vidas colegiales y más allá. Este pequeño gesto de cariño para la
Hna. Engracia se extiende a todas ellas; en mí para aquellas que ya no están
entre nosotros: Carmen, Concepción, Carmina, Filipa, Tomasa, Carmen, Margarita,
Rosario... y para las que siguen ofreciéndose desde la vejez o la enfermedad:
María Dolores, Carmen, María Dolores, María Teresa, Mercedes, María Luisa...
gracias!!!